Moscú 1980: los Juegos Olímpicos más bochornosos de la historia
- alumnosisec2020
- 5 oct 2020
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Se suele hablar de la intromisión de la política en el deporte, de la utilización política del mismo. Es innegable que hay usos perversos de él, maniobras demagógicas de poderosos de turno que pretenden sacar partido (aunque su eficacia sea más que dudosa).
Y esto fue lo que ocurrió en la XXII edición de los JJOO celebrados en Moscú. En aquellos años, la Guerra Fría estaba a flor de piel: Estados Unidos y la URSS se enfrentaban y desafiaban entre sí en todos los aspectos posibles de la vida cotidiana: deporte, cine, teatro, carrera espacial, armamento militar, etc. De hecho, ambos países también se disputaron cuál de los dos iba a ser el encargado de albergar el evento olímpico: en una sesión del Comité Olímpico Internacional (COI) celebrada en octubre de 1974 en Viena, se estableció que Moscú sería la sede de los JJOO a celebrarse en 1980, por 19 votos de diferencia sobre Los Ángeles (39 a 20).
La rivalidad era tan grande que los estadounidenses, a partir de un hecho político ocurrido en diciembre de 1979, se aprovecharon del mismo para utilizarlo como justificativo para no presentarse en la cita olímpica del año siguiente en Moscú. Sin embargo, esta polémica decisión no sólo abarcó a los norteamericanos: a partir de un boicot organizado, un total de 66 países se abstuvieron de participar. El COI estima que entre 45 y 50 lo hicieron en apoyo a la iniciativa de EE.UU.

El 27 de diciembre de 1979 tropas soviéticas cruzaron las fronteras del sur e invadieron Afganistán. Los soviéticos apoyaban al régimen comunista que se enfrentaba con radicales islámicos, que en poco tiempo fueron financiados por Estados Unidos y otros países. Cada conflicto, cada contienda, hasta cada discusión mundial parecía, en esos años, que se trataba de lo mismo: USA vs URSS.
El 21 de enero de 1980, el presidente Jimmy Carter, durante el discurso anual del Estado de la Unión, criticó con dureza la intervención soviética: explicó que se trataba de una amenaza grave, que había que frenar su avance porque era el primer paso de su expansión y de un camino en el que buscaban quedarse con el petróleo de la región. Anunció castigos económicos, restricciones varias. “He anunciado al Comité Olímpico Norteamericano que ni los americanos ni yo avalamos el envío de atletas a los Juegos mientras los soviéticos permanezcan en Afganistán”. Les dio un mes para modificar su actitud.
El 21 de febrero, el presidente estadounidense se reunió en la Casa Blanca junto a deportistas, entrenadores y dirigentes y anunció oficialmente, frente a ellos, que Estados Unidos no concurriría a Moscú. El Comité Olímpico de Estados Unidos acató de inmediato y comunicó la decisión al COI. Los países de Occidente se fueron sumando al boicot. Los deportistas ofrecieron, con el correr de las semanas, diversas alternativas: no participar del desfile inaugural, no presentarse a las ceremonias de premiación, llegar a la Villa Olímpica el día de competencia y retirarse en el mismo momento en que terminaba su participación, no interactuar con funcionarios soviéticos. Todo fue desechado. El sueño deportivo, años de esfuerzos se estrellaba contra los escarceos y mezquindades políticas.

Lo que ocurrió en Moscú no fue ni una pálida sombra de lo que es un Juego Olímpico. La decisión de Estados Unidos deslució al evento. Sin la participación de las grandes potencias de occidente ni de China, se hizo difícil mensurar los logros de los campeones. Perjudicó tanto a los que participaron (y aún ganaron) como a los que se quedaron sin viajar a la capital soviética.

Argentina, por su parte, fue uno de los tantos países del Bloque Occidental que decidió no participar del evento. Los equipos nacionales de fútbol y básquetbol habían logrado clasificar en sus respectivos torneos preolímpicos y tenían buenas posibilidades de obtener medalla. También el declatonista Tito Steiner. Sin embargo, no pudo ser.
Tal como era de esperar, los soviéticos fueron quienes se quedaron con el primer puesto del medallero, con un total de 195 medallas (80 de oro, 69 de plata y 46 de bronce). Detrás de ellos, se ubicaron Alemania Oriental (126 preseas), tercero Bulgaria (muy lejos con 41) y finalmente Cuba con 20.
Cuatro años después, la Unión Soviética devolvió el golpe. Ni sus atletas ni los de ningún país del bloque comunista participaron de los Juegos organizados en Los Ángeles. Recién en Seúl 1988, un año antes del colapso de la URSS, se volvieron a enfrentar las dos súper potencias en la máxima cita olímpica.
Dante Leal
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